En los años siguientes a las elecciones de 1995 me fui interesando más por la política peruana, muy probablemente porque algunos de los temas conversados en la mesa a la hora del almuerzo eran temas políticos. Yo era uno de esos chiquitos que durante sus recreos en primaria hablaba de política, y a muy pocos les importaba lo que tenía que decir. Esto cambió un poco con las elecciones del 2000. Recuerdo que en ese 6to de primaria tenía un profesor que, a pesar de que era fujimorista, quería que sus alumnos estén informados de lo que estaba ocurriendo en el país. Un par de veces tuvimos “debates” en el salón, generalmente éramos 4 o 5 los que tratábamos de debatir con el profesor.
Sin embargo, no fue hasta la denominada “Marcha de los 4 suyos” que sentí que era parte de lo que meses después sería el (re)nacimiento de la democracia peruana. Recuerdo claramente los meses previos a la marcha: recuerdo saltar y celebrar en la casa de mis abuelos en Cárcamo cuando el boca de urna daba como ganador de la primera vuelta a Alejandro Toledo, y recuerdo la frustración e impotencia sentida por mí y por toda mi familia cuando la ONPE iba dando resultados distintos extremadamente cuestionables, por decir lo menos.
La situación que vivía el país en ese tiempo era insoportable: los medios de comunicación de señal abierta estaban completamente parcializados (comprados por el fujimorismo en una sala de sillones marrones) a favor del régimen fujimorista. Canal N recién nacía, y tanto La República como Liberación eran, creo, los únicos diarios que tenían una posición distinta entre tanta aberración periodística, incluyendo al diario decano. Cómo olvidar al canal 2 y al canal 9 mostrando sólo las cifras de votos válidos en la segunda vuelta, a pesar de que Alejandro Toledo había llamado a viciar el voto. Cómo olvidar cuando el canal 4 y el canal 5 mostraban “El Chavo del 8” y el show de ese tiempo de Raúl Romero a las 6 de la tarde, cuando Lima ya comenzaba a arder por las protestas en contra del régimen ese (si la memoria no me falla) 28 de mayo.
Cuando, días después, Alejandro Toledo convocó a la “Marcha de los 4 suyos”, toda mi familia comenzó a organizarse. Vengo de familia aprista, pero del APRA de Haya de la Torre, no de la perversión en la que la dirigencia actual ha convertido al partido del pueblo, y como familia aprista teníamos que estar presentes. Recuerdo que el mitin de ese 27 de julio del 2000 fue una experiencia surreal. Éramos como 35 los miembros de la familia que nos unimos al millón de almas (hasta ahora no tengo claro cuánta gente fue, pero fue demasiada) que se juntó frente al Hotel Sheraton en Paseo de la República. Todas las fuerzas democráticas estaban presentes, desde los comunistas que querían participar del sistema democrático hasta el conservador Castañeda, pasando por el difunto Alberto Andrade, miembros del Partido Aprista Peruano, Acción Popular, entre otros. Ese 27 de julio fue el verdadero 28 de ese año, fue el día en que de verdad conmemoramos la independencia de nuestro Perú.
Pero si el 27 de julio fue una fiesta, el 28 de julio fue una lágrima. Recuerdo despertarme a las 8 AM, prender el televisor, sintonizar al canal 8 (canal N) y ver un manifestante levantando una bomba lacrimógena lanzada por la policía y arrojarla de vuelta a los policías. La impotencia, la frustración y la cólera, acaso apaciguadas por lo vivido la noche anterior, regresaron en un segundo. A las pocas horas mi hermano mayor me dijo que iba a ir a la marcha. Otros miembros de mi familia ya estaban en el centro de Lima. Los mayores y los menores se quedaron en sus casas, la cosa era muy seria y peligrosa. Tuve que rogarles a mi mamá y a mi papá para que me dejaran ir…cómo les habré rogado para que dejaran ir a un chico de 12 años.
Las imágenes que vi ese día son muy difíciles de olvidar. Recuerdo llegar a la plaza San Martín, levantar la mirada y ver una nube negra, que luego me enteraría era producto del incendio del Banco de la Nación (provocado por la mafia fuji-montesinista para desprestigiar la marcha). Recuerdo correr junto con mi hermano y mi tío para alejarnos de un pinochito. Recuerdo que un señor de edad desconocido me empezó a hablar emocionado porque veía a gente joven en la marcha, y también recuerdo que tuvo que interrumpir su discurso para correr porque el pinochito estaba haciendo una segunda pasada. Recuerdo voltear a una bocacalle y ver sólo humo y gas lacrimógeno en el horizonte, y segundos después veía sólo los cascos de los policías que brillaban entre el humo y el gas…a seguir corriendo. Recuerdo regresar a la plaza San Martín, donde algunos congresistas de la oposición querían improvisar un mitin. La gente gritaba “no hay presidente”, y, cuando Jorge Del Castillo se disponía a hablar, la gente empezó a gritar “no hay congresistas”, fue algo gracioso dentro del mar de sustos y furia vivido ese día. Recuerdo no poder mantener mis ojos abiertos, recuerdo tener problemas para respirar. Era como si todo lo experimentado como un ser humano que vive bajo una dictadura era ahora experimentado por mi cuerpo. En ese tiempo no te dejaban ver, no te dejaban respirar.
Más allá de si la “Marcha de los 4 suyos” fue efectiva o no, cuando meses después vi el mensaje a la nación mediante el cual el dictador convocaba a elecciones y decía que no iba a participar en ellas, sentí un alivio y una satisfacción tremenda. Por más inocente o iluso que suene, cuando el congreso declaró la vacancia presidencial (recordemos que su renuncia por fax no fue aceptada) sentí que había contribuido para que la democracia regresase al Perú. Por más inocente e iluso que suene, en ese instante, en ese pequeñísimo capítulo de una historia peruana llena de dictaduras, traiciones y desigualdades sociales, sentí que mi país tenía un futuro en democracia. Me sentí más peruano que nunca.RoD
Sin embargo, no fue hasta la denominada “Marcha de los 4 suyos” que sentí que era parte de lo que meses después sería el (re)nacimiento de la democracia peruana. Recuerdo claramente los meses previos a la marcha: recuerdo saltar y celebrar en la casa de mis abuelos en Cárcamo cuando el boca de urna daba como ganador de la primera vuelta a Alejandro Toledo, y recuerdo la frustración e impotencia sentida por mí y por toda mi familia cuando la ONPE iba dando resultados distintos extremadamente cuestionables, por decir lo menos.
La situación que vivía el país en ese tiempo era insoportable: los medios de comunicación de señal abierta estaban completamente parcializados (comprados por el fujimorismo en una sala de sillones marrones) a favor del régimen fujimorista. Canal N recién nacía, y tanto La República como Liberación eran, creo, los únicos diarios que tenían una posición distinta entre tanta aberración periodística, incluyendo al diario decano. Cómo olvidar al canal 2 y al canal 9 mostrando sólo las cifras de votos válidos en la segunda vuelta, a pesar de que Alejandro Toledo había llamado a viciar el voto. Cómo olvidar cuando el canal 4 y el canal 5 mostraban “El Chavo del 8” y el show de ese tiempo de Raúl Romero a las 6 de la tarde, cuando Lima ya comenzaba a arder por las protestas en contra del régimen ese (si la memoria no me falla) 28 de mayo.
Cuando, días después, Alejandro Toledo convocó a la “Marcha de los 4 suyos”, toda mi familia comenzó a organizarse. Vengo de familia aprista, pero del APRA de Haya de la Torre, no de la perversión en la que la dirigencia actual ha convertido al partido del pueblo, y como familia aprista teníamos que estar presentes. Recuerdo que el mitin de ese 27 de julio del 2000 fue una experiencia surreal. Éramos como 35 los miembros de la familia que nos unimos al millón de almas (hasta ahora no tengo claro cuánta gente fue, pero fue demasiada) que se juntó frente al Hotel Sheraton en Paseo de la República. Todas las fuerzas democráticas estaban presentes, desde los comunistas que querían participar del sistema democrático hasta el conservador Castañeda, pasando por el difunto Alberto Andrade, miembros del Partido Aprista Peruano, Acción Popular, entre otros. Ese 27 de julio fue el verdadero 28 de ese año, fue el día en que de verdad conmemoramos la independencia de nuestro Perú.
Pero si el 27 de julio fue una fiesta, el 28 de julio fue una lágrima. Recuerdo despertarme a las 8 AM, prender el televisor, sintonizar al canal 8 (canal N) y ver un manifestante levantando una bomba lacrimógena lanzada por la policía y arrojarla de vuelta a los policías. La impotencia, la frustración y la cólera, acaso apaciguadas por lo vivido la noche anterior, regresaron en un segundo. A las pocas horas mi hermano mayor me dijo que iba a ir a la marcha. Otros miembros de mi familia ya estaban en el centro de Lima. Los mayores y los menores se quedaron en sus casas, la cosa era muy seria y peligrosa. Tuve que rogarles a mi mamá y a mi papá para que me dejaran ir…cómo les habré rogado para que dejaran ir a un chico de 12 años.
Las imágenes que vi ese día son muy difíciles de olvidar. Recuerdo llegar a la plaza San Martín, levantar la mirada y ver una nube negra, que luego me enteraría era producto del incendio del Banco de la Nación (provocado por la mafia fuji-montesinista para desprestigiar la marcha). Recuerdo correr junto con mi hermano y mi tío para alejarnos de un pinochito. Recuerdo que un señor de edad desconocido me empezó a hablar emocionado porque veía a gente joven en la marcha, y también recuerdo que tuvo que interrumpir su discurso para correr porque el pinochito estaba haciendo una segunda pasada. Recuerdo voltear a una bocacalle y ver sólo humo y gas lacrimógeno en el horizonte, y segundos después veía sólo los cascos de los policías que brillaban entre el humo y el gas…a seguir corriendo. Recuerdo regresar a la plaza San Martín, donde algunos congresistas de la oposición querían improvisar un mitin. La gente gritaba “no hay presidente”, y, cuando Jorge Del Castillo se disponía a hablar, la gente empezó a gritar “no hay congresistas”, fue algo gracioso dentro del mar de sustos y furia vivido ese día. Recuerdo no poder mantener mis ojos abiertos, recuerdo tener problemas para respirar. Era como si todo lo experimentado como un ser humano que vive bajo una dictadura era ahora experimentado por mi cuerpo. En ese tiempo no te dejaban ver, no te dejaban respirar.
Más allá de si la “Marcha de los 4 suyos” fue efectiva o no, cuando meses después vi el mensaje a la nación mediante el cual el dictador convocaba a elecciones y decía que no iba a participar en ellas, sentí un alivio y una satisfacción tremenda. Por más inocente o iluso que suene, cuando el congreso declaró la vacancia presidencial (recordemos que su renuncia por fax no fue aceptada) sentí que había contribuido para que la democracia regresase al Perú. Por más inocente e iluso que suene, en ese instante, en ese pequeñísimo capítulo de una historia peruana llena de dictaduras, traiciones y desigualdades sociales, sentí que mi país tenía un futuro en democracia. Me sentí más peruano que nunca.
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